24 de enero de 2010

Encantado de conocerte, ¿ya puedo ignorarte?

Si hay dos virtudes de las que pueda sentirme orgulloso, aunque pueda pecar de gilipollas, son mi paciencia y mi empatía hacia los demás. Siempre he considerado que todo el mundo merece ser escuchado y tener su pequeño momento de protagonismo; ya sea para sentirse aceptado, importante o porque realmente lo necesite y quiera sentirse bien en compañía de los demás.


Digo esto, porque nunca me he sentido con el ego tan fuera de órbita ni tan miserable como para hacer un prejuicio hacia una persona que de entrada no conociera de antes. Me gusta escuchar a la gente y ver que tiene que contarme; cuales son sus aficiones, sus trabajos, sus alegrías y sus penas; y me he dado cuenta que uno puede aprender siempre de los demás, aunque sea poco. Procuro ponerme en el pellejo de los demás cuando a problemas se refiere, pues problemas tenemos todos y siempre hay quien puede ayudarte a solucionarlo.

Ahora bien, todo eso de tener empatía y ser paciente con el prójimo es muy bonito; pero hay una tremenda paradoja con la que me encuentro en algunas ocasiones y que tras meditarlas me han llevado a querer escribir sobre ello y a querer compartirlo con vosotros. Todo esto es porque puede que mande a paseo mi paciencia al cubo de la basura.
Las razones son sencillas. Me he dado cuenta que hay un buen número de gente que tiene la jodida manía de ignorar al prójimo por costumbre, sea de manera consciente o no. Entre ellos, comentaré los siguientes supuestos:

1º. Ocurre cuando un amigo te presenta a un conocido suyo. Al principio, todo va bien hasta que ves cómo poco a poco la conversación que pudiérais estar manteniendo de forma animada y amena empieza a desvirtuarse de manera irrevocable hacia un monólogo del que tu homólogo (perdón si suena redundante) puede tirarse horas hablando de sí mismo, sean problemas o no, cosa que está muy bien sino fuera por un pequeño inconveniente. Este inconveniente es el siguiente y se denomina feedback o retroalimentación (definición); no es un incoveniente en sí, el inconveniente es cuando en una conversación no existe dicho elemento, lo que viene a decir que unos borregos hablan y otros no. En mi caso, yo era de a los que NO dejaban hablar.

Supongo que, algunos más que otros, nos hemos topado con tipej@s de esta singular fauna que reciben el nombre de prepotentes o engreidos. Sujetos para los que el universo gira en torno a su fabulosidad y son, como poco, meros reflejos de alguien tan insignificante que necesitan llamar la atención sobre ellos mismos porque, de lo contrario, no serían nadie.

Esto es lo que pasa cuando dos borregos que comparten dicha personalidad se juntan. (Ver)

Y esto es lo que pasa cuando tú tratas de hablar con uno de ellos.


2º. En segundo lugar tenemos a esos podencos que, reunidos en jauría, se presentan ante ti como lo mejor de lo mejor, suelen ser amigos de esos que están sólo para verse el fin de semana y pasarlo bien. Lo chungo es cuando aparece alguien como tú, al que un amigo ha invitado al jolgorio. Todo empieza a oler mal desde el comienzo y notas que no eres bien recibido y estás, desde el primer momento, de bulto. Lógicamente uno intenta integrarse, algo que siempre debe hacer el nuevo; los problemas surgen cuando el resto no quieren que lo hagas.
En ese momento surge la llamada "piña" de amiguetes que hablando de sus temas tratan de ignorarte de todas las formas posibles; ya sea no responder a tus comentarios, no darte conversación, ponerse en el lado más alejado de ti o (la que más me revienta) ponerse a hablar de temas personales que solo ellos conocen para que no puedas opinar ni decir nada.

Evidentemente, lo que desean es que no vuelvas a aparecer por ahí, pues no eres lo suficientemente cool como para estar con ellos. En mi caso lo consiguen.


3º. Por último, hablaré del típico capullo. Es una persona que debería estar bajo un estricto control médico, pues sus pérdidas de memoria con tu persona y con tu nombre parecen no conocer límites. Es el típico personaje al que le dará igual que os hallan presentado una docena de veces y con el que hallas hablado en veinte ocasiones; nunca recordará tu nombre, como mucho tu cara.

4 comentarios:

Raquel dijo...

Yo también creo que has cogido la paciencia y la empatía como una de tus mejores virtudes, pero tienes muchas más. Tanquilo que no las voy a enumerar por aquí.
Estoy deacuerdo contigo sobre la gente y su "piña" y como solo entran unos pocos ya sea por su forma de ser, actuar o porque sí. Da igual cómo te comportes con ellos/as,cuánto les hagas la pelota (a veces somos idiotas la verdad)o cómo quieras parecerte a ellos haciendo ver lo maravillosa que es tu vida y lo genial que te lo pasas. Seamos realistas, ellos/as viven en su mundo y te van a seguir ignorando, así que para que esforzarse.

Ruben Barroso dijo...

Está claro, que lo mejor es no calentarse el tarro y dejarlo correr o acabas chinándote por estupideces. Y de esos hay muchos.

reygecko dijo...

De acuerdo con lo que dices. Añadiría un caso excepcional, que es el denominado "X+1".

Cuando conoces a alguien y ese alguien es capaz de recordar tu nombre, a veces ocurre que ese alguien en realidad no está dialogando contigo sino que está "superándote". Son aquellos a quienes yo llamo "X+1".

Ejemplo típico: vas por la calle y te encuentras con tu vecino "X+1" del piso de arriba. Él empieza a hablar.

- Hola vecino, ¿tienes bici nueva?

Vaya, sabe tu nombre, te hace preguntas... no está mal ¿no? Pues te equivocas.

- Sí, ya ves, una bici para pasear.
- Ya... ¿y cuánto te ha costado, si no es indiscrección?
- Pues X euros en el Decathlon.
- ¡Ja! Pues a mi hijo le he comprado una bici que pesa la mitad que la tuya, tiene el doble de marchas, tecnología de la NASA, ecológica y todopoderosa por menos de la cuarta parte de lo que tú has pagado. Hala, buenos días.

¿Qué? ¿No conoces a tu propio "X+1"? ;)

Ruben Barroso dijo...

Ja, ja, ja! Pues te doy toda la razón reygecko; además conozco a un par de personas que cogean de esa pierna. Lo tendré en cuenta para la próxima.