22 de abril de 2010

La comunión y sus virtudes.

Dentro de unas semanas me va a tocar dar un viaje a Granada. Resulta que es la comunión de una prima mía. Y dándoles vueltas al tarro, he recordado mi propia comunión hace ya algunos años. Yo por definición siempre me he considerado agnóstico, es decir, ni creo ni dejo de creer. Básicamente, no creo, porque no se ha demostrado que haya algo divino con los conocimientos de los que disponemos; pero tampoco rechazo tajantemente la posibilidad de que un ser superior, e inaccesible para nosotros, exista porque tampoco hay prueba alguna de que no sea así. Asique no me mojo.

Dicho esto, diré que el deseo expreso de mis padres de que hiciese la comunión fué lo que me empujó a ir a catequesis por las tardes y ha aprenderme el "Padre Nuestro" y alguna que otra canción santurrona. Y aunque debo admitir que me aburría en esas tardes, en las que prefería estar jugando a la consola (como cualquier niño a esa edad), pensaba que había una recompensa que merecería la pena llegado el momento; los regalos. Sinceramente, creo que en las comuniones los motivos de los padres y los de sus hijos difieren bastante. Los primeros, esperan ver a su "niño" de almirante o princesa (según sea el caso); los segundos esperan ver a Papá Noel, después de recibir una hostia (entiéndase el juego de palabras). Quizás me equivoque, quién sabe.

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